Recuerdos de la merienda escolar en Cuba
De pequeño tuve que soportar que me dijeran “croqueta”, pues mi merienda de todos los días era ese alimento preparado en casa por mi Madre.
Eran tiempos de la enseñanza primaria y todo pionero llevaba una jabita de guano o de tela, anexa al maletín o mochila escolar. Allí iban el bocadillo y algún refresco casero para el receso.
La croqueta de carne, al parecer, estaba disponible en las unidades de comercio y gastronomía o mi Madrecita, que trabajaba en un almacén, se llevaba unas poquitas a casa. Ahora no recuerdo. Mi mente no apresó de donde salía aquella masa rojiza y crujiente.
Pero fue Rodolfo Petro, uno de los pocos negritos de mi aula, quien me puso aquel sobrenombre y se me quedó, algo típico en esa etapa infantil. “Croqueta” era una especie de título nobiliario, que me otorgaba cierto status en el salón de clases.
Pero había otras combinaciones más de la “jai”. Estaban el pan con jamón, con queso crema, con “timba” y con bistec. Luego vendrían el pan con tortilla, con tomate, con aceite y ajo o pan con azúcar. Cada cual, de acuerdo a sus posibilidades llevaba lo que podía costearle la familia.
La merienda escolar fue motivo de bronca en las escuelas. Algunos niños malos se la robaban a otros.
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También hubo trueques de noviecitos: él te daba un pedacito de mi pan con bistec y tú a cambio compartías la naranja, como hacía la niña Dorita que nos habló Raúl Ferrer:
Verdad que siempre está ausente,
pero si viene no falta,
entre sus manitas breves
un ramo de rosas blancas
para poner al Martí
que tengo a mitad del aula.
Con quien no tenga merienda
parte a gusto su naranja;
El pan con croqueta no fue el único alimento de la infancia. En mi escuela recuerdo que, a media mañana, sacaban una bandeja con jarritos medianos de aluminio y servían una café con leche riquísimo, pero no a todos le gustaba. ¡Qué cosa!
Hoy día los niños llevan hasta pizza y he escuchado que los muy malcriados, en su momento, rechazaron la merienda escolar de la llamada “Batalla de Ideas”, unos bocadillos de jamón y queso, hamburguesa y yogurt de soya.
También la mesada que le dan sus padres permite comprar a los llamados “cuentapropistas”. Lo mismo chupa chupa, chambelonas, maní en grano o molido, mantecaditos, rosquitas, chicle, caramelos, pastelitos de hojas, panetelas, pan con pasta-mayonesa-mantequilla, lo que provoca un festival de reflujos gástricos.
Lo que sí es un hecho es que en estos refrigerios va todo el amor de nuestras abuelas y nuestras madres, quienes inventan en Cuba para que sus hijos se lleven algo a la boca en medio de las taquicárdicas lecciones de matemática, anatomía y ciencias naturales.
Yo, a no dudarlo, le haría un altar al pan con croqueta y por supuesto, a mi santa Madre.