Los extremos de los cubanos

Resulta común escuchar que los cubanos cuando no llegan se pasan. Y es que para nosotros no hay puntos medios, o estás a favor o estás en contra, eres o no eres, de eso se trata.

Vamos de un extremo a otro con una facilidad impresionante. De la alegría extrema a la profunda tristeza, de la calma pasmosa a la ira irreflexiva. Somos intensos en todo lo que decimos y hacemos.

Para los antillanos si eres amigo lo eres en todo momento y si eres enemigo ya no hay vuelta atrás, incluso tus aliados ven a tus adversarios como propios, y así los tratan.

Los grises en la personalidad de los cubanos resultan muy escasos, aun cuando la gama de colores es amplísima todos son nítidos; Cada uno con sus características expresadas al máximo nivel.

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Exageramos cuando bailamos. El movimiento inconfundible de caderas, piernas, brazos, cintura, tiene la marca de Cuba. Exageramos también cuando gritamos ¡fulanooo! de una esquina otra solo con el objetivo de saludar. Exageramos al servir la comida, al bridar apoyo. Exageramos en la manera tan peculiar de querer, de luchar por lo propio ante cualquier amenaza.

Nuestros extremos están vívidos en tantas cosas que ya son naturales. Pero lo curioso reside en la manera positiva de aplicarlos a la vida. Dicen que todos los extremos son malos, pero en el caso de los cubanos existen excesos benignos: la forma de mirar de frente sin bajar la cabeza, la sinceridad sin diplomacia, la dureza de carácter, las ganas de hacer aun sin herramientas suficientes, el orgullo, la fuerza para resurgir como el ave fénix desde las cenizas.

Así es como los extremos de los nacidos en el archipiélago dejan de ser negativos en la medida en que los convertimos en deseos profundos, en parte fundamental de nuestra idiosincrasia, de nuestra cultura. Allí donde dejan de ser defectos y se tornan en plenas virtudes.

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