Béisbol en la sangre
Cuando dices Cuba, dices pasión, gritas pelota a toda voz. Y es que el deporte para los nativos de la Isla resulta más que la actividad física en sí, significa patria, cultura.
La pelota es nuestro pasatiempo nacional. El mejor de los días pierde gracia si tu equipo perdió. Tal vez no te guste, pero a alguien en tu casa sí, y de igual modo el ambiente se pone pesado en dicha situación. Unos cuantos ataques al corazón ha provocado también. Porque así se vive el béisbol en la tierra, con la mayor intensidad.
Lo encuentras en los niños jugando en las calles, en cada esquina donde el debate sobre el partido anterior se torna en discusión encarnizada, y también lo descubres en el aire, que por momentos también huele a fútbol.
Existen los archirrivales o subseries clásicas, esas que no te puedes perder porque siempre traen cosas inesperadas, tanto para los jugadores como para la afición. El estadio deviene un hervidero de voces, ánimos, y olores. Una vorágine única, que solo puedes experimentar entre los cubanos.
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Hoy las gradas ya no se llenan como antes, faltan personas y deportistas. Los diamantes tampoco son los mismos, y la rivalidad ha cambiado. La emigración también forma parte del deporte actual.
Ahora los cuatro grandes de la historia de la pelota cubana (Pinar del Río, Villa Clara, Santiago de Cuba e Industriales), perdieron la supremacía de la que gozaban antes. Cada vez se hace más difícil distinguir el mejor. Y es que las tropas están mermadas por una u otra razón.
Pero lo que si permanece es el amor por el deporte de las bolas y los strikes. Aún en la crisis que atraviesa nuestro pasatiempo nacional y la competencia frente otros deportes, más padres juegan a la pelota con sus hijos, y estos últimos añoran ser como Omar Linares, Ariel Pestano, o Rey Vicente Anglada. Sencillamente porque es parte de nuestra vida aún cuando estamos lejos, porque desde siempre llevamos el béisbol en la sangre.
¿Patria?, ¿cultura?. Es un deporte importado de los Estados Unidos.